El cannabis, droga derivada de la planta del cáñamo (cannabis sativa), es una sustancia adictiva cuyo principio activo es el denominado delta-9-tetrahidrocannabinol (THC). Ésta, suele consumirse fumada en distintas presentaciones, las más frecuentes hachís y marihuana. Se recalca de esta forma algo que quizás no es conocido por todos y es que el hachís y la marihuana contienen el mismo principio activo, lo que explica que sus efectos sobre el organismo sean similares, causando en último término una dependencia del mismo.
Los efectos que se producen al consumir esta sustancia se experimentan con mucha rapidez toda vez que la misma llega con mucha velocidad al cerebro, ya que el consumo se realiza fundamentalmente vía oral de manera fumada, perdurando los efectos de las sustancias unas 2 o 3 horas. No obstante, lo anterior, tanto la duración de los efectos, como la dimensión de los mismos, está mediatizada por otros factores; principalmente el “efecto tolerancia”.
Los efectos del THC se manifiestan, especialmente, en dos planos: el fisiológico, con signos como el aumento apetito, taquicardia, ojos brillantes o sudoración, y el psicológico, con efectos como relajación, hilaridad, desinhibición o somnolencia.
En definitiva, se puede decir que el THC altera el funcionamiento neuronal, cuando, por sus características, se une con facilidad a los receptores de las neuronas alterando gravemente las conexiones de las mismas y, por tanto, el funcionamiento de nuestro cerebro.
El síndrome de abstinencia producido por el consumo de THC es menor que otras sustancias tóxicas toda vez que el THC se acumula en los tejidos grasos del cuerpo y tarda unos 30 días en ser eliminado del organismo. Por este motivo el adicto al cannabis puede estar varios días sin consumir dado que el THC se ha almacenado en el cerebro y en la grasa corporal. Esto le hace creer erróneamente que “controla”, cuando no es cierto. Raramente va a llegar al mes sin consumir.
En la actualidad, persiste la falsa creencia de que el consumo del cannabis no es perjudicial y existen movimientos que persiguen su “legalización”, cuando realmente hay que decir que se trata de una sustancia catalogada por la OMS como una droga de abuso.
Lo mencionado hace subestimar la peligrosidad del cannabis, detectando un incremento exponencial en su consumo, todo lo cual conlleva un grave riesgo ya que se ha demostrado que el cannabis actúa como “droga puente” al consumo de otras drogas consideradas con mayor potencialidad adictiva, como cocaína y anfetaminas. De la misma forma, hay que decir que el cannabis no es una sustancia inocua, sino que produce diversos efectos negativos como el facilitar la aparición de problemas psiquiátricos, aumentar la probabilidad de sufrir depresión o ansiedad, además de disminuir la capacidad de concentración. Así mismo, con respecto a los efectos cancerígenos asociados al consumo de tabaco, algunos estudios apuntan que el consumir tres porros perjudica a los pulmones tanto como 20 cigarrillos.
La realidad actual es que los diferentes estudios epidemiológicos apuntan a que el consumo de cannabis se está generalizando, más aún en la franja de edad de 14 a 18 años, siendo la 3ª o 4ª causa de ingreso en un centro de desintoxicación, todo lo cual ha provocado que se desarrollen diversas campañas de concienciación y prevención de su consumo.
Entre las señales de alarma, que pueden ayudar a los padres a saber si su hijo/a ha empezado a consumir drogas, se encuentran los trastornos de sueño con insomnio y/o pesadillas o temblores, pérdida de peso o apetito excesivo, y disminución del rendimiento escolar, con tendencia a aislarse en su habitación.